Maestro de maestros
Integró la primera orquesta de Pugliese, publicó un tratado de bandoneón y le enseñó a Libertella, Baffa y otros.

Sandra de la Fuente ESPECIAL PARA CLARIN
Con 90 años y una serena elegancia, el bandoneonista Marcos Madrigal habita una modesta casa del barrio de Saavedra, junto a su hijo y nietos.
El bandoneón de Marcos Madrigal sonó en la primera formación de Osvaldo Pugliese, en efímera orquesta de 1936, y un año más tarde en el trío que creó Horacio Salgán para acompañar a Carmen Duval. También las orquestas de Vardaro, Salgán, Lomuto, De Caro, Gobbi y Fresedo lo contaron en sus filas.
Aunque Madrigal puede hablar de la generosidad de Pugliese y del difícil lenguaje de Salgán, prefiere detenerse en explicar —bandoneón en mano— en qué consiste su oficio de maestro del instrumento, en cómo sus dedos cortos lo llevaron a pautar diferentes digitaciones que sirven para conseguir una mejor expresión. De su amorosa entrega a la docencia dan cuenta discípulos como Libertella, Baffa, y los jóvenes Horacio Romo y Matías González, entre muchísimos otros. De su rigor para desarrollarla habla su método para bandoneón, editado por Ricordi en castellano e inglés. "Algunos dicen que es muy bueno", dice humildemente. "Yo espero que salga alguna cosa mejor, por el bien de los bandoneonistas".
"Esta es mi cueva", señala e invita a pasar luego de haber guiado los pasos por un serpenteante y luminoso pasillo. Su cueva es una pequeña habitación en el que una vieja heladera Siam guarda fila junto con libros, carpetas cargadas de partituras, casetes y algunos discos compactos. Apretado en un rincón descansa uno de sus bandoneones. "Este me lo regaló mi padre. Hace 81 años", cuenta mientras levanta la franela que cubre al histórico fueye. "Tiene muchas reparaciones. Lo llevaba mal y se me abrió la tapa; se vino abajo desde lo alto de la escalera del subterráneo. Lo arreglaron bastante bien pero, claro, también tiene muchas afinaciones y todo eso se siente; lo mismo pasa cuando a uno lo operan. Pobre bandoneón está como yo, que ya me operaron diez veces.
¿Diez veces?
Sí; seis operaciones de hernias y otras que ya ni me acuerdo. No me quejo; me gusta estar en los sanatorios porque se ven chicas lindas. Pero mejor hablemos de música... Mi vida en la música empezó cuando tenía nueve o diez años. Mi padre siempre tuvo almacén o restaurantes y en cierta época estábamos en la calle Estados Unidos. Enfrente había una empresa y el chofer tocaba el bandoneón. Se llamaba Fernando. Tocaba muy bien, delicadamente, como me gusta a mí. Venía a comer a casa y mi padre le pidió que me
enseñara.
Fue su único maestro, ¿no es cierto?
No; Pugliese y Salgán fueron grandes maestros para mí, pero Fernando fue el único que me enseñó a tocar este instrumento diabólico. Después de un tiempo de lecciones, mi padre mudó el restaurante así que tuve que empezar a buscar maestro. Pero en aquel tiempo los profesores, dentro de las academias, tenían 30 o 40 alumnos; el bandoneón era el instrumento principal y, claro, me querían enseñar lo que yo ya sabía. Entonces me decidí a estudiar solo y pude salir del paso.
Decía que Pugliese y Salgán fueron también sus maestros, ¿qué aprendió con ellos?
Pugliese escribía unos fraseos difíciles, no desde el punto de vista técnico sino expresivo.
El tuvo la paciencia de enseñarme; no tocaba bandoneón pero sabía lo que quería del instrumento. Con Salgán tuve que estudiar como loco y aprendí muchísimo. Fuimos muy amigos. Digo fuimos porque ahora no nos vemos: él sale muy poco y yo también.
Café de los maestros ha reunido a músicos con una trayectoria similar a la suya. ¿Por qué no formó parte de ese proyecto?
Creo que soy más bien sapo de otro pozo. No me llaman, no sé... tal vez porque saben que no me gusta ir a ningún lado.
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